14/3/08
Los Manzanares, el hijo superó al padre
Por Nochetriste
Para entender este escrito sugerimos que se vea:
• Desde el inicio hasta la mitad de lo escrito sobre Manzanares padre el primer video en la siguiente dirección de web:
http://www.youtube.com/watch?v=nTiW0_8FVlA
• Desde la mitad hasta el fin donde se escribe sobre Manzanares hijo, si el escrito sigue teniendo interés alguno, la siguiente dirección de web:
http://www.dailymotion.com/relevance/search/manzanares/video/x4g216_vuelve-manzanares_creation
Quiero hacer el ejercicio de escribir sobre los Manzanares mientras veo a Manzanares padre torear, indultar un toro en la plaza de toros de Murcia.
No se si es la lentitud del Internet, o lo que surten los lances y muletazos en mí, lo que hace que mientras escribo mis manos tiemblen. Las plantas de torero se mantienen firmes, trazando con los dedos círculos que nos saben a hierba, vértices de ternura que enjundian el ambiente, echando el pecho delante como invitando al arte a pasar, sentarse a la mesa y deleitarnos con sus mieses.
Manzanares, en Murcia, es el toreo mismo. El arte emana de la serenidad, los naturales son cadencia y ritmo, relajación y vida, serenidad e inspiración.
El toro nació para no morir. Manzanares le canta al oído, mientras pasa despacio ante los engaños, que si sigue así saldrá vivo de la boca de la muerte; le convence de que si el Presidente se niega a sacar la tela anaranjada, él mismo dejará su piel para que el coastaño de Juanpedro sobreviva.
La media, ahora recordamos la media, fue un esbozo de natural, fue un prolegómeno de la verónica por la izquierda del quite, fue un abrebocas de la media que cerraba el toreo de capote, de un quite que vive en la historia y morirá solo con ella.
Cuando el toreo nos saca de la vorágine vital y marca las pausas que la cadencia, del desmayo de un ser humano dejándose la vida en manos del arte, entonces ya nada tiene sentido.
Somos seres vivos que nacemos con un instinto de supervivencia, que es el que animalmente nos retrae de poner nuestros cuerpos en riesgo, negándole a la muerte la suerte de llevarnos a casa. Los toreros niegan ese instinto, el placer que es sentido por miles de almas, que es arte, clase derroche de locura y todo, lo borra de los animales y lo lleva a la supremacía, a la levedad del ser que deja la tierra y acaricia las nubes.
Manzanares es uno de ellos, ya lo terrenal le es ajeno, lo cotidiano le causa tanto asco como a nosotros la putrefacción y por eso no solo crea arte sino que lo engendra. Seguramente cuando hacía el amor con su mujer, de cuyo fruto nació su hijo torero, pensaba en una media más lenta, un lance más cadencioso, una media más torera.
Así le salió el crio. Más templado, más cadencioso, más torero.
Afirmo que me escupirían en la calle, en los cafés toreros, en las plazas de toros donde los aficionados que vieron al primero endiosan su torería. Yo mismo dejaría los argumentos para golpear al insolente que afirme que el padre ha sido opacado. Pero miro al hijo, al mismo que lloraba cuando cortaba la coleta del padre y mi cabreo cambia por admiración, mis vísceras ceden ante lo visto, lo sentido, lo casi palpado.
Admirando al padre, hoy que sus huesos no le permiten seguir frente al toro, el niño no lo copia, el niño no lo emula, el hijo lo supera, lancea más largo, engancha por delante y termina en redondo todo. Con el ritmo de un danzante que no acaba de bailar hasta que el alba lo encuentra enamorado de sus movimientos, embelesado con su mismo cuerpo, sigue la senda que impuso el primero y la ensancha, la puebla de flores moradas, deja miradas en el camino que embrujan el pasar.
Viéndolo tentar, en el segundo video, solo me quedan los sinsabores de la comparación, pero al mismo tiempo que antes contradecía lo que afirmo con lo que haría ante una afirmación de estos alcances, ahora dejo en claro que sus lances me emocionan más, que sus formas me llevan fuera de mi realidad y que todas ellas me llevan a la necesidad, por coherencia o porque me da la gana, de comparar y elegir.
El hijo, con los pases de pecho, recuerda al padre. Ese viejo, imagino, no solo coincide con mi afirmación, sino que cuando ve al crío hacerse enorme, entiende que en la crueldad de la evolución, de la que él mismo fue una mera pieza, el nombre Manzanares que ha iluminado la vida de los taurófilos que vivimos la suerte de nuestro tiempo, ahora pasará al lado de los Romero, de los Dominguín, de los Bienvenida.
El tiempo es el que compara, la evolución, los ojos que miramos con ilusión son al fin los que deciden.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario