El Ché en una barrera de la Plaza de toros de las Ventas

El Ché en una barrera de la Plaza de toros de las Ventas
Este es un espacio de salida del mundo.
El compendio de textos, fotografías o dibujos a contiuación son reflejo de nuestras sensaciones frente a diferentes expresiones vitales.
Somos taurinos y zurdos, como un Josétomás político o unaRosaluxemburgo taurina, todo en una misma ensaladera.
Ojalá Condorcet podría leernos y Navalón criticarnos.
En su lugar y paras nuestras suertes están ustedes...

10/11/07

Adios a un hombre enamorado de la vida


De Alfonso Navalón a Julio Robles

Por Alfonso Navalón

Hay que tragarse las lágrimas y escribir sobre el amigo muerto. Al torero lo enterramos ya hace once años. Y nos quedó sólo el hombre. Tan distinto y tan humano. Aquella voltereta trágica se llevó el temperamento rebelde, los caprichos y los nervios y la silla de ruedas le descubrió un mundo distinto al de los alamares. Casi todos los toreros cuando se van de los ruedos se los traga o el olvido o la soledad. Y contigo pasó todo lo contrario. Empezaste a sentir el calor de la gente, las amistades más profundas y perdiste aquella desconfianza huraña para sentirte más cerca de los demás. Disfrutabas llenado de tu mesa de amigos, abriendo las puertas de tus cercados o el palco de la plaza. Y ahora te había llegado una felicidad sosegada y un cariño por las tertulias y darte a los demás. Ahora que habías aprendido a valorar y a disfrutar con los amigos se te ha marchado la vida en esta primera tarde templada y campera después del invierno canalla que hemos pasado sin el goce de poder andar entre los ganados. Esta tarde dominguera cuando nos íbamos a dar un largo paseo por campo soleado, me ha llamado llorando Pedro el del Albero, desde el hospital: "Se nos muere por momentos. De esta tarde no sale". Y cuando llegamos ya te habías ido a la eternidad y las primeras docenas de fieles tenían ya las caras de congoja en el gran pasillo. Allí estaban los 'otros dos': Santiago y Pedro, tus compañeros de tantas tarde de gloria. Y Aurelio que te estuvo picando los toros hasta aquella tarde de la desgracia. Y Paco Calzada que te sirvió las espadas y luego talló la piedra de la gran chimenea del salón de los recuerdos y las vitrinas. Estaban los ganaderos y la gente del toro y estaban los amigos nuevos. Los que descubriste cuando ya no llevabas el brillo del traje de luces. Llegó Limo llorando con tu vestido blanco y oro con cabos negros. Y Santiago dijo que no, que solo un sudario y un capote de paseo, que a ti no te hubiera gustado que te enterraran con brillo de los caireles. Ahora, Julio, ya sólo eras un hombre enamorado de la vida que te vas sin remedio cuando habías aprendido a cogerle el regusto a las cosas hermosas. Mañana pensábamos dar una vuelta por las fincas vecinas de Los Bayones y Paco Novelty para acabar la merienda en tu casa, sin prisa de copas ni tiempo hasta que nos dieran las tantas y consumieras el último cigarro. Lo habíamos acordado el pasado lunes cuando estábamos de sobremesa en El Albero comiendo la sabrosa carrillada. Y gastando las bromas de siempre. Que si a este paso van a criar los jabalíes que ibas a matar a la espera en las charcas de El Berrocal, que ya estoy harto de echarle mazorcas de maíz para que confíen y vengas a tiro hecho. Que a ver cuando te da la gana mandar a Pacheco y a Lisardo a pescar unos cientos de tencas para echarlas en las charcas y pegarnos una merendola por todo lo alto cuando llegue el buen tiempo. Lo que menos podía pensar es que esta plácida tarde de domingo te iban a entrar las prisas de morirte y obligarme a escribirte este adiós definitivo, cuando hace poco te quejabas: "Chacho que me tienes olvidado. Que estuve muy malito y no has venido. Ya se que has preguntado, pero yo quiero que vengas". Me han dicho que van a llevarte al salón del Ayuntamiento para que el pueblo desfile a verte y te hagan guardia de honor los maceros con los galones de dorado y las plumas en el sombrero carmesí. Y es lo que menos que pueden hacer, porque contigo se marcha también el corazón dolorido de muchos salmantinos, de media España taurina que vendrán a decirte adiós con crespones negros. Inesperadamente te digo adiós sin desgarro, como si este dolorido otoño de la vida nos hubiera enseñado a sufrir sin alaridos ni angustia. Será porque todavía no te he visto de cuerpo presente y no me hago a la idea que ya no volverás a ver a la 'Yeguicera' para darle ramas de encina mientras la vaca enamorada te lamía tus manos. Esas manos que bordaron tantos lances inolvidables.

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