Por Nochetriste
Publicado en Diario Hoy en diciembre del 2001
Cuando veo un toro arrastrado desde el tercio hasta la puerta de cuadrillas, en medio de la indiferencia del público, pienso en la vida que dejó sus últimas gotas de sangre, entre la algarabía de la fiesta en los tendidos y el miedo de aquel que se la llevó. He vivido cuánto cuesta que un toro llegue a salir por la puerta de toriles; desde la tienta de su madre hasta su nacimiento, desde su herradero hasta su reseña, desde su embarque hasta su lidia, desde los primeros lances que toma hasta cuando muere.Pensemos en las características que una becerra debe cumplir para que a su hijo se le aplauda al morir, para que, cuando se lo lleven las mulillas, las miradas de quienes pueblan los tendidos lo acompañen con la misma nostalgia que su ganadero tiene al verlo nacer. Esa mirada nos permite entender a quienes aman a la fiesta; a los aficionados a los que se les eriza la piel con un detalle, porque sienten que el toreo 'tiene duende' y el arte se derrama en cada muletazo; a los matadores de toros que esperan el año entero hasta diciembre, para que su sueño se cumpla y la puerta grande se abra; a los vaqueros, que madrugan cada mañana para dar la noticia de que otro becerro ha nacido. Y a quien va por primera vez a una plaza de toros y sale cautivado por el aroma que emana nuestra fiesta.Hay quienes esperan cada corrida para cumplir con su papel dentro la fiesta, sin figurar frente al público, ni llevarse glorias por su trabajo. Ellos sueñan con estar en las zapatillas de quien hace el paseíllo al son de un pasodoble torero, se pone delante de un toro y, con 20 muletazos justos y una estocada en el sitio, se lleva la gloria. Ellos entenderán lo que dice Rafael de Paula, uno de los más sublimes toreros de arte que han tenido España y el mundo, porque es algo que se dice fácil pero se siente dentro: "No se necesita torear para sentir el toreo"
10/11/07
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