El Ché en una barrera de la Plaza de toros de las Ventas

El Ché en una barrera de la Plaza de toros de las Ventas
Este es un espacio de salida del mundo.
El compendio de textos, fotografías o dibujos a contiuación son reflejo de nuestras sensaciones frente a diferentes expresiones vitales.
Somos taurinos y zurdos, como un Josétomás político o unaRosaluxemburgo taurina, todo en una misma ensaladera.
Ojalá Condorcet podría leernos y Navalón criticarnos.
En su lugar y paras nuestras suertes están ustedes...

25/12/08

Navalón, el mejor de los taurinos





Por nochetrsite

Recuerdo al Navalón que se metía con la vida de los toreros, al que se burlaba de la enorme mayoría de taurinos y al que cada día iba perdiendo la esperanza en el mundo de los toros, que un día conoció o imaginó.
Imagino a quien escribió “El viaje a los toros del sol”, no porque haya frecuentado su vida entonces, sino porque lo he releído tantas veces que siento haber compartido con él los viajes por España entera, hablando y toreando becerras con los ganaderos soñados y extintos de sus páginas.
Sé de la tarde después del rabo de Palomo cuando los aficionados de verdad de Madrid le dieron la espalda a la pantomima del día anterior por un artículo suyo; de su salida a hombros a volandas de los mismos aficionados de la Plaza de toros de Las Ventas por la verdad que devolvió a una fiesta, entonces y hoy, venida a menos; de aquella anécdota que contaba que Antonio Ordóñez de luces y en feria, en acto de malaleche le tiró la muleta en una plaza del norte para que haga con los avíos de torear lo que decía con su pluma, y me regocijo al contar a taurinos y marcianos (Aute dice que el mundo se divide entre taurinos y marcianos) que un hombre con canas en las sienes tomó la muleta, por la izquierda que era el pitón por el que el gran Antonio no había atinado ni un pase, le pegó dos tandas y el de pecho y le devolvió la roja tela sin palabras aclamado entre aficionados que desconocían lo que sucedía en el ruedo.
Conocí al viejo Navalón, en una y muchas escapadas a América, justo cuando España le dio la espalda, cuando el mundo de los toros en Iberia desterró de sus páginas al más grande escritor taurino. Entre la amargura y el humor, reconocí a quien iluminó la fiesta más grande del mundo, a puntea de cantarle verdades al entonces toreo de becerros desmochados que tenía más de pantomima que de ceremonia, más de dinero que de mística, más de saltos y velocidades que de cadencia y despaciosidad.
Él fue uno de quienes devolvieron al mundo de los toros su esencia, pero como buen revolucionario fue expulsado por los mismos que lo cargaban a hombros pocos años antes. Renunció al exilio, pero respiraba hondo cuando salía del refugio en sus tierras charras.
Hoy, cuando leí a Rosa Jiménez Cano recordarlo y cuando recordé las letras que ella le dedicó al morir, me cago en su vagancia maldita que nos privó de muchos más libros, y lo abrazo desde lejos, porque aún cuando amó las tierras americanas, seguro escogió el descanso eterno cerca de su amigo Julio – de quien escribió como nadie más, solo les pido leer cada una de sus letras antes y después de su tragedia-, en esa Salamanca eterna que debería sacar el rostro del tirano Franco de su plaza Mayor para poner la de Alfonso Navalón en honor a un gran Salmantino y mucho más que eso al mejor de los taurinos.
Alfonso eterno,

Nochetriste

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