El Ché en una barrera de la Plaza de toros de las Ventas

El Ché en una barrera de la Plaza de toros de las Ventas
Este es un espacio de salida del mundo.
El compendio de textos, fotografías o dibujos a contiuación son reflejo de nuestras sensaciones frente a diferentes expresiones vitales.
Somos taurinos y zurdos, como un Josétomás político o unaRosaluxemburgo taurina, todo en una misma ensaladera.
Ojalá Condorcet podría leernos y Navalón criticarnos.
En su lugar y paras nuestras suertes están ustedes...

10/10/09

El pecado del aficionado práctico








Miles de las personas que se dejan la vida para ver un lance morantezco o un natural manzanereano, sueñan en las noches con algún día de inspiración, suerte y estrellas alineadas, torear para sí y para un público benevolente.
Es por eso que callan, callamos, críticas a toreros descruzados, acobardados, rajados por completo, ya que ellos mismos se ven, nos vemos, en esas piernas corriendo del toro y no en las quietas que desafían la gravedad cuando pasan cerquísima las embestidas.
He visto en las últimas semanas a varios puñados de esos aficionados prácticos que han esbozado sueños en una placita de toros de la sierra ecuatoriana. Más que los lances, los muletazos, las espadas y sus fallos, me quedo con sus rostros, con los cinco minutos de gloria eterna que llevaban en los ojos. Me quedo con sus ilusiones diciéndoles que estaban en Madrid, ante un Adolfo o un Victoriano del Río y que tenían al 7 de su parte.
Me gustará poner fotos de sus gestos, de sus alardes de valor o detalles de calidad. Me gustaría que ustedes los habrían visto, pues en ellos me encontré con los vestigios de afición en estado puro que quedan en la lejana américa taurina.
Los becerros, que eran erales con doscientos cincuenta kilos y pitones recién nacientes, eran vistos como fieras de seis años. Los aficionados que llenaban los tendidos y que llegaban a los quinientos en el mejor de los éxitos, eran percibidos como decenas de miles. Los elogios, que eran tan familiares como amistosos, eran sentidos como espontáneos. Los mulilleros, que eras niños, hijos, sobrinos, hasta nietos de los alternantes, iban tan elegantes como en Francia; y los Presidentes, que eran viejos aficionados, curraban su puesto como quien decidiría la vida y el futuro de los alternantes.
Alguno, con corto café claro, se dejaba los huevos en la cara del toro, dando la cara como torpe novillero buscando profesión y pan. Otro, más gordito, de azul y añil, sacaba la boca, como aquel que dice aquí estoy, mátame si te quedan fuerzas. Alguno, flaco y de hechuras, con años encima, dejaba detalles de los años pasados en el caminado en la cara del becerro, solera pura. Un moreno, provinciano en el hablar, remataba amorantando su imaginación y otro niño rubio imaginaba pisar los terrenos del soñado tomás. Ninguno lo hizo, lo haría, pero no importaba, lo creyeron y lo creímos por verlos metidos en el personaje de turno.
La gente gozaba. Miraba a su marido, amigo, primo, conocido o enemigo callar la boca en los tendidos y dar la cara en la arena. Gozaban al cerciorarse de que cuando hablan sin parar en la grada de la plaza grande lo hacen con el respeto por los que se ponen en la cara de los de verdad.
Esto es el toreo: locura, desmesura, afición apasionada y ciega, emoción inexplicable-por vana, por absurda, por sinsentido-.
Fue un ejercicio de constricción: Viajar a una hora de la capital, tragarse becerrotes por toros, aficionadotes por toreros, familiarotes por público.
Fue ser taurino, en su pureza íntima.
Fue ir y confesarse con el predicador del toreo y decirle, sí he pecado, no gritaré más sandeces desde la grada, me callaré, pensaré en cuando no fui capaz de medio paso más en la cara del becerro, cómo le grito al que no lo hace en cara de un toro en serio. Tres avemarías a frascuelo por despuntar; cuatro salmos bien repetidos -los que yo escoja de entre los que escribiría el rey David- por no mecer las manos con la capa; cinco padrenuestros a lagartijo por pinchar tatas veces; y quinientos angelitos de la guarda por los días de miedo antes de torear.
Había una capillita con solera, abandonada como todos los compromisos cristianos que se precian, los premios a los triunfadores eran vírgenes quiteñas, de esas que pisan serpientes. Ojalá y esas vírgenes existieran, fueran las madres del mesías, ese mesías fuera taurino y nos perdone por esta locura taurina que se expresó de inicio a fin en media serranía ecuatoriana estos últimos días.

1 comentario:

Baron Rojo dijo...

Muy bonito Noche Triste , emocionante, casi epico,muy bonito de verdad.